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Una breve semblanza de Rajab, la mujer que se reconstruyó a sí misma.
HAFTARÁ SHLAJ LEJÁ – Comentario a Iehoshua 2:1–24
«Y envió Iehoshua hijo de Nun desde Shitín, dos espías secretamente diciendo: “Vayan y
vean la tierra y Jericó”. Y fueron y llegaron a la casa de una mujer “zoná” (prostituta) que se
llamaba Rajab y pernoctaron allí.» (Iehoshua 2:1)
En este primer versículo de una haftará que traza puentes y paralelismo con la parasha que
estudiamos esta semana, voy a ser dramáticamente repetitivo, releyendo el versículo,
enfocandome en la orden precisa: “Vean la tierra, y (específicamente) Jericó”. Vean la tierra.
Vean Jericó. “Y fueron y llegaron a la casa de una zoná…” Dice “Vayan y vean”. Busquen la
perla, miren con otros ojos, observen más allá de lo superficial… ¿Qué es lo que está frente
a mis ojos y no estoy captando?
La pregunta retórica nos invita a profundizar en las fuentes. En primer lugar, los
comentaristas no están de acuerdo acerca de la naturaleza de la palabra hebrea “Zoná”
aquí utilizada. Hay quienes dicen que se refiere literalmente a una mujer que ejerce “el oficio
más antiguo del mundo”, y otros dicen que es un eufemismo para decir sencillamente que
atendía una posada o un hospedaje.
Abarbanel, el gran exegeta sefaradi del siglo XV, sostiene que en realidad estas dos
opiniones no son excluyentes una de otra, pues en la antigüedad había mujeres solas que
trabajaban como posaderas hospedando viajeros en sus casas, y no era extraño que estos
intentaran seducirlas a cambio de una paga, regalos y otros privilegios.
Abarbanel, también opina que los espías de nuestro versículo no actuaron correctamente al
ir a hospedarse a la casa de una “zoná”, dejando entrever el entramado que desnudaba un
mundo de explotación y marginalidad.
Rajab reside en “una casa lindante con la muralla”. Vive en los márgenes, la corrieron a
los límites, donde viven los estratos más pobres y carenciados de la sociedad. A partir de
esta hipótesis, seria posible suponer que Rajab no se dedicó a la prostitución por libertinaje
o inmoralidad, sino por miseria.
El Talmud esboza su historia con una crudeza explicita: “No tienes ningún príncipe o
gobernante en ese momento que no haya tenido relaciones sexuales con Rajab la prostituta.
(…) Ella tenía diez años cuando el pueblo judío salió de Egipto, y se dedicó a la prostitución
durante los cuarenta años que el pueblo judío estuvo en el desierto. Cuando tenía cincuenta
años, se convirtió…” (Zevajim 116b:1-2)
Ahora se entiende por qué cuando el rey descubre que los espías de Iehoshua se hallan
en casa de Rajab, ella íntimamente está revelándose a toda una vida de explotación que
puso un precio a su dignidad. Los guardias quizás esperaban que ella traicione a sus
huéspedes y los entregue a cambio de una paga. Podía seguir comportándose como una
prostituta, recibir una recompensa más que adecuada del rey, y lograr salir de la situación
apremiante en la que vivió toda su vida, pero eligió dar su vida por los espías, y comportarse
con ellos con lealtad.
Rajab no duda: opta por la honradez humana, aun a costa de poner en riesgo su propia
vida. Escondió a ambos espías. Los hizo descender por la ventana con ayuda de un cordón
rojo, que a la vez serviría de señal para que ella y sus familiares se salvaran en medio de la
destrucción.
¿Vos te habrías arriesgado? ¿Habrías podido salir de tu zona de confort, dejando de lado el
egoísmo de creer que “ya soy así, es lo que siempre fui y no voy a cambiar”? ¿Acaso
habrías elegido la primera opción, la de entregar a tu prójimo, escudándote en que todas las
circunstancias estaban fuera de tu control?
El punto de quiebre es cuando te das cuenta que tu pasado no te condiciona, y que aunque
pierdas todo (jas veShalom!), aún puedes elegir como reaccionar, como reconstruirte. Que
tal vez todo confluye para llevarte a ese momento único, para que puedas tomar una
decisión que cambie tu vida y la de tu familia para siempre.
Siguiendo el relato bíblico, la historia concluye que la acción de Rajab de esconder a los
espías hebreos la libró de la muerte a ella y a su familia, y la encumbró como uno de los
personajes más inspiradores del Tanaj.
“Ella dijo: Que todos mis pecados de prostitución me sean perdonados como recompensa
por haberme puesto en peligro con la cuerda, la ventana y el lino” (Zevajim 116b). Dicen los
Sabios que fue enormemente recompensada: “ocho profetas, que también eran sacerdotes,
descendieron de Rajab la prostituta…” (Meguilá 14b).
El mérito supremo de Rajab fue el realizar una buena acción, que es la fuerza más
poderosa que existe: “(…) El cuerpo humano es fuerte, pero el miedo lo quebranta. El miedo
es fuerte, pero el vino lo disipa. El vino es fuerte, pero el sueño lo ahuyenta. Y la muerte es
más fuerte que todas ellas, pero la tzedaká salva a una persona de la muerte…”. (Bava
Batra 10a).
Tzedaká es obrar con Justicia, es Solidaridad, es la restitución del derecho de un
semejante a vivir con dignidad. Es liberar al que no puede librarse del yugo de una
realidad apremiante. En palabras de Enrique M. Grinberg, “hay esclavitud donde la mano en
lugar de abrirse se cierra al hermano; donde se endurece el corazón frente al sufrimiento;
donde hacen oídos sordos al clamor del prójimo”.
Es más que un acto de bondad, es una obligación ética. Pero no se trata de un tema
meramente material, sino que tiene profundas implicancias espirituales: quien ayuda al otro,
se está ayudando a sí mismo. Es restablecer el equilibrio del mundo con nuestras
acciones, así como lo hizo Rajab.
En el judaísmo, aquello que se conoce como “destino” no es algo inexorable, porque
aprendimos que no somos los que nos hicieron, somos lo que hicimos con lo que nos
hicieron.
Rajab y su historia nos lo demostraron.
Shabat Shalom amigos!
Sebastian Cabrera Koch